CHIMAYO, Nuevo México, 15 de septiembre de 2016 /PRNewswire-HISPANIC PR WIRE/ — En el otoño de 2015, el washingtoniano Dennis Garcia se paró en su recién adquirida tierra en Chimayo, Nuevo México. Las campanas del legendario Santuario de Chimayo repicaron, dándole la bienvenida a la tierra de sus ancestros. Mientras aspiraba los ahora languidecientes aromas del verano – manzanas frescas, melocotones y el olor conmovedor del famoso chile chimayo – encontró algo que había estado buscando en sus viajes por todo el mundo. Realización.
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El peregrinaje personal de Garcia hasta llegar a ese momento había comenzado casi una década atrás y había atravesado el globo terráqueo. A los 40 años había acumulado todos los pertrechos de un exitoso hombre de negocios en la capital de nuestro país… graduado de la Harvard Business School, una histórica casa ganadora de premios a orillas del Potomac, un puesto nombrado expresamente por el gobernador en la junta directiva de la George Mason University, la inclusión entre los 100 hispanos más influyentes en Estados Unidos. Pero, la venta de su multimillonaria compañía especializada en contratos de defensa tuvo la consecuencia involuntaria de desatar un desinterés en todo eso.
«Mi vida se había convertido en un circuito interminable de eventos de la alta sociedad del DC. Incluso aunque conocía a toda la concurrencia en el salón, y estaba rodeado por mis amigos de toda la vida, me sentía sin raíces. Mi espíritu empezaba a anhelar algo con más sustancia que la próxima gala de corbata negra, la próxima oportunidad de foto exclusiva con el político prometedor de turno o el próximo tee time con la sociedad del club de campo».
Sin las ataduras de sus responsabilidades corporativas relacionadas con la seguridad nacional, las expectativas que acompañaban la escena social del DC se habían convertido en una carga insoportable. En su juventud Garcia había sido un atleta All-American — y sus instintos competitivos nunca le habían abandonado. Dándose cuenta de que la principal carrera de su vida había cambiado de ser una competencia profesional a una competencia personal, tomó la decisión drástica de abandonarlo todo y buscar realización en la aventura.
«Caminé hasta los polos Norte y Sur. Escalé los picos de algunas de las montañas más altas del mundo… el monte Elbrús [en Rusia] y el Kilimanjaro [en Tanzania]. Fui a Sudán del Sur, al finalizar su guerra civil, justo cuando la nueva nación estaba emergiendo…». Su voz se apaga por el momento, y él vadea a través de algún recuerdo íntimo, pero rápidamente recupera su enfoque y su pasión. «La región todavía estaba plagada por masacres y torturas por doquier, y rodamos un documental corto para poner al descubierto las diferentes agendas religiosas y políticas subyacentes bajo los disturbios». Luego añade con un aire más ligero, «después de eso, me tomé algún tiempo y produje una película que se estrenó en SXSW en 2015. Excess Flesh«. Y prosigue con un guiño, «y no es pornografía».
Los viajes para la presentación de Excess Flesh en los festivales de cine llevaron a Garcia a recorrer Europa. Quedó fascinado por la arquitectura y el arte, y complacido con la acogida de audiencia y crítica que tuvo la película. Pero, todavía se sentía como ese vagabundo sin raíces entre los eventos de sociedad en el DC, solo que ahora la fiesta en la que estaba perdido era tan vasta como el propio mundo.
Fue en el sosiego de una de estas noches, en la oscuridad de uno de los innumerables hoteles europeos, que recordó un pasaje de su infancia, su madre contándole cómo su familia había venido desde el País Vasco en España. La historia de sus antepasados siguió la de los hermanos Abeyta, tres católicos devotos, según dejaron su pequeño pueblo en España y viajaron cruzando el gran océano hasta Guatemala, el hogar de la Basílica del Cristo Negro de Esquipulas, luego hasta México, hasta regiones conocidas por la veneración del Cristo Negro de Esquipulas. Desde ahí, los hermanos avanzaron hasta la región sureste de Estados Unidos, asentándose en la región de Chimayo, donde Bernardo Abeyta fundó el mundialmente famoso santuario a la Cruz de Esquipulas, el Santuario de Chimayo, alrededor del año 1813.
En ese momento, volvió a cambiar la dirección de la carrera de la vida de Garcia. Le llamó desde las apiñadas ciudades de Europa, de regreso a las Américas, a la gran extensión de la región norte de Nuevo México. Y así fue que Garcia pronto se encontró a sí mismo en el pequeño pueblo de Chimayo, parado en el terreno que había comprado, sin haberlo visto antes, sencillamente por su proximidad al Santuario y por la paz que finalmente sintió cuando pisó por primera vez la tierra de sus ancestros.
Los niveles casi mitológicos de creencia en la tierra milagrosa consagrada en el Santuario van paralelos con los del chile chimayo. Hoy, tan solo unas pocas familias de agricultores cultivan estos pimientos tan excepcionalmente picosos y fragantes. «El chile chimayo forma parte de las historias familiares colectivas de esta región», explica Garcia. «Las semillas que estamos usando son las descendientes evolutivas de las semillas de chile originales traídas por los exploradores españoles en los años 1600».
Uno no puede dejar de reconocer las implicaciones personales de la historia de estas semillas en la propia genealogía de Garcia. Durante más de 400 años, las familias en este sitio han pasado de generación en generación estas semillas y métodos de cultivo legados. Y ahora Garcia se ha unido a esa tradición bajo la tutoría del Sr. Jose Alfonso Martinez, el cultivador de chile chimayo más antiguo y experimentado de la región. Bajo este tutelaje, los esfuerzos de Garcia por cultivar estos pimientos extremadamente raros ha evolucionado para incluir la preservación del legado y la integridad de este cultivo.
Garcia compartió con liberalidad los primeros frutos de su cosecha con familiares y amigos, siguiendo la tradición de la región. Pero, era mucho el excedente y dondequiera que fue encontró demanda comercial. Tan solo unos días después de haber puesto sus chiles a la venta, había vendido toda la cosecha. Esta alta demanda inesperada para un producto tan raro incentivó la idea de crear una salsa basada en el chile chimayo que pudiera satisfacer las crecientes demandas de un mercado nacional. Y así fue que nació la Tsimayo Hot Sauce.
Aunque la cosecha de Garcia se basa en el verdadero chile chimayo, él eligió el nombre tsimayo, en memoria de los indios tewas quienes cultivaron la tierra antes del arribo de esos primeros exploradores españoles. Según la leyenda, los tewas creían que la tierra y el lodo de esta región tenían propiedades celestiales, especialmente la obsidiana roja, la ‘tsimayo’.
La idea de que la tierra de Chimayo posee atributos celestiales persiste hasta hoy. El chile chimayo de Garcia crece frente al Santuario de Chimayo. «Cientos de miles de idea de que la tierra de Chimayo posee atributos celestiales persiste hasta el día de hoy. El chile chimayo de Garcia crece frente al Santuario de Chimayo. «Cientos de miles de peregrinos viajan hasta aquí cada año, tan solo para obtener una pizca de la tierra milagrosa que mi antecesor encontró. Ahora, mis chiles crecen en esa misma tierra. Ellos encarnan esos mismos milagros que atraen a las personas hasta aquí, que inspiraron a Bernardo y que inspiraron a los tewas antes de él», dice Garcia.
Para mí, es evidente que Garcia ha encontrado su propio milagro… uno de pertenencia, uno de sus propias raíces, uno que ahora él puede compartir con el mundo.
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